jueves, 19 de julio de 2007

Sin mi alma

Todo es agreste, el camino y los cirios, no hay nimbos ni estratos, el cielo lo cubre una sola nube entera y profana. A lo lejos se percibe únicamente la locura, buscando aposentos. Esta tierra es dura en la cama del amor, conviven promiscuamente el lodo, las pulgas, la humedad, y la demencia. Nadie hace nada y el tiempo se detiene en una nebulosa que parece venir preñada de una tristeza milenaria.
Todos no somos todos, y menos para la muerte, que extraños resortes hacen decidir quien debe de morir plácidamente en el sueño, y despertar donde despierten los muertos. Y quienes otros deben masticar su muerte, desear la muerte porque es tanto el dolor que la muerte es el descanso, o quiero consolarme mi bella ondina que un certero golpe te mato y no sentiste toda la locura concentrada en el demonio de este pueblo, la violencia se cuece en las esquinas, y por la noche sale vestida de necesidad endémica, quizá es que el transito por este asqueroso mundo sea solo ese un pasadizo.

Por la ventana de mi casa en México puntualmente llega al guayabo a las cuatro de la tarde un Cenzontle, mi hermano dice que quiere ser cenzontle para hablar 400 lenguas, Mamá adormecida acaricia las cuentas de un tosco rosario de madera, no hace calor, pero ya empiezan las moscas a querer entrar por la ventana, a sobrevolar los sartenes, los perros duermen la siesta, y todos están esperando el pitido de la salinera para despertarse del letargo.

Yo me marcho, con arena en la boca y el pelo descompuesto, largo, enlodado y seco en mi mejilla. Me largo como siempre con la maleta más deteriorada y vacía de cuando llegue.