domingo, 23 de diciembre de 2007

Hojarascas Muertas Vol.VI


Los estragos del saber.


Escrito y publicado en la Revista Cultural "La maga" de Rayuela.
En el año 1999, Valladolid ciudad de muertos.




Yo vivía tranquilo y perezoso en una selva oscura, mi cerebro distinguía con exactitud el graznido de las aves, el silencio de la noche, los susurros de las hojas y la algarabía de la lluvia sobre el pantano.

Mi mundo tenía altas y amuralladas latitudes, terminaba como el Reino de Olar cruzando las Montañas Lisias, todo lo demás era un indescriptible universo aciago en el que no me dedicaba a pensar.

Las migratorias aves algunas veces me hablan de cajas sonoras, de letras y de signos, de sueños y de amores, de recetas para enfermos del alma comprimidas en letras que instigan al cerebro e inspiraban reflexiones, luego se marchaban porque siempre hay que regresar, y se llevaban mis dudas junto a sus cadáveres, en su delicioso aleteo.

Yo amo a las aves, por eso mi casa es una jaula de plumas de avestruz y de cigüeñas. Cierto día un hombrecillo de rizos de oro me habló de una flor, de aviones, pájaros metálicos y quise saber el color y el olor de este requiebro, su tamaño, su función en la tierra.
¡Cuántas preguntas! Entonces el hombrecillo se marchó dejando mi cabeza con una ansiosa resonancia, muchos años después, ya viviendo en EL OLVIDO: En occidente, supe que era un Principito.

Un lobo bueno, amigo mío nacido en las estepas, vagabundo y demente, osado y mentiroso, vulneró mi ignorancia y me regaló una saca repleta de libros, silenciosas cajas que me hablaban al oído, del odio de los hombres, de hombres mal paridos, de Reyes y Princesas, de Torres gigantes, de países lejanos donde hablan otras lenguas, personas que viven en la garganta de una ballena, ¡Señor que confusión! De dónde han salido todos estos seres que han invadido mi mente, una tal Madame Bovary que se instaló en mi cortijo, su marido cuida las plantas como lloroso, dolido, y ella siempre sentada nerviosa rompiendo el aire con su abanico.

Mi selva se transformaba, con Alicia y sus amigos, con la Torre de Babel instalada en mis odios, entonces empecé a mentir, indigestión de leyendas, tanto mito, tanto mito me convertí en mitómano, la selva no era más mi selva, mi casa tenía ladrillos y pilares de novelas pendientes de ser leídas.

“Metamorfosis” al fin, metamorfosis, mi frente empezó a cambiar, una mañana sin prisas decidí cruzar el mar, ansioso de entendimiento, de historias para conocer más y olvidar.

Así conocí ciudades sentado en el mismo sitio, escuchando los rumores de poetas fallecidos, o de viles anacoretas, que confunden al personal con sus corrientes perversas.

Había llegado al país de las letras, con selvas y con castillos donde todo es misterioso, amoroso, con crimen y con castigo, las aves son de otra pluma y de las plumas sale un río de una sustancia negra, suave de deslizar.

Tengo dos primas gemelas, que no se hablan entre ellas, además levitan las perras, tengo en mi cabeza siete cuervos como ovejas, siete cuervos muy distintos porque son verdes, comen perlas.


¡Ay Señor que confusión!, Confucio vino a probar no sé si volver a mi ignorancia o de plano despertar, ¡Hay señor gran confusión! pues no me atrevo a quitar, esta manzana podrida que llevo en la espalda y me hace pensar, cambiar, desear, olvidar.

Sumido en mi depresión por un paseo de letras, un buen trago de adjetivos, una comparsa de oraciones, despacio muy despacio me interno en su hechizo y así es como vivo ahora, inteligente, confundido, ágil de mente, vivaz, soberbio, perdido, nadie me puede tocar.





Diego Montoya